Gambito sinfónico

Joseph HAYDN
Sinfonía núm. 83 en Sol menor, Hob.I/83, “La gallina”
Wolfgang Amadeus MOZART
Concierto para piano y orquesta núm. 19 en Fa mayor, K 459
Francis POULENC
Sinfonietta, FP 141
Wolfgang Amadeus MOZART
Las bodas de Fígaro, obertura
  • Christian Zacharias
  • piano y director
La Sinfonía siempre reinó entre los que habían entregado su vida a las musas. Fue un género sin precedentes, con una estructura que la historia fue modificando según conveniencia. Todos jugaban con las mismas reglas. Todos podían servirse del mismo tablero de ajedrez. Pero cada uno elegía con qué jugadas sorprender al público. Como en cualquier juego de estrategia, los ritmos eran esenciales. Había que alternar los movimientos ágiles, en donde un peón quedaba fuera de combate, con otros más lentos en los que precisabas de varias jugadas para, al fin, acercarte al alfil. A Haydn siempre se le consideró el patriarca del género. Su Sinfonía núm. 83, apodada «La gallina» por el peculiar picoteo del primer movimiento, fue una de esas jugadas magistrales que Haydn ofreció en las que se conocen como las Sinfonías de París: seis sinfonías que compuso para Le Concert de la Loge Olympique.

Mozart pudo disfrutar libremente de estas magistrales partidas cuando terminó su relación con Colloredo. Su espíritu creador voló por Viena y Salzburgo llegando a componer veintisiete conciertos para piano y cuarenta y una sinfonías. Su Concierto núm. 19 comienza con una jugada aparentemente simple y evidente. Movía uno de los peones con una melodía a ritmo de marcha, buscando la confianza del adversario. De repente, el entramado armónico te sorprendía llevándote a dimensiones que jamás habrías podido imaginar.

El siglo XX nos dio grandes jugadores del gambito sinfónico. Poulenc siempre fue un fiel servidor de la melodía. En una paleta de sonidos daltónicos pintó su Sinfonietta como el que se sumerge en un cuadro de El Bosco sin encontrar la salida. Su belleza te envuelve bajo el manto de los arcanos mayores. Conoce la estructura del género sinfónico, juega en su tablero de ajedrez. Pero si tú juegas con la ventaja de las blancas, él ya cuenta con dos reinas. Sin apenas haber movido ficha gana la partida, consiguiendo que de una forma algo masoquista disfrutes de la derrota. Algo similar pensó Mozart en la obertura de Las bodas de Fígaro. Sabía que aquel pequeño fragmento sinfónico solo era el comienzo de un intenso azar de pasiones ocultas e iras contenidas, pero quiso alzarse victorioso desde la primera jugada. Los peones quedan sorprendidos en los primeros compases, los caballos bufan abstraídos, e incluso la reina llega a desmayarse en brazos de un rey que con pavor observa un jaque mate histórico.

Texto: Nacho Castellanos Foto: Constance Zacharias