La OCG, bajo la dirección de Lucas Macías, estrena «Tres Guerreros», del compositor José López‑Montes.

La Orquesta Ciudad de Granada tiene programadas en su actual temporada cuatro obras contemporáneas, de cuatro compositores españoles actuales, en una decidida apuesta por la creación actual, con autores de primer nivel, y la voluntad de crear una necesaria complicidad del sector público, espectadores, programadores y medios.

Dos de estas obras serán estrenos absolutos, el primero de ellos tendrá lugar el próximo viernes 30 (y 1 de octubre), bajo la dirección de Lucas Macías. Se trata de “Tres Guerreros”, del compositor granadino José López-Montes, una pieza concebida como un espacio sonoro en el que confluye el homenaje a tres artistas andaluces de época y poética distinta: el pintor José Guerrero, el compositor Francisco Guerrero Marín, y su homónimo renacentista, el Francisco Guerrero polifonista del Siglo de Oro.

28 octubre 2022 > Tomás Marco
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, ballet

18 noviembre 2022 > Laura Vega
Galdosiana para orquesta

25 y 26 noviembre 2022 (Granada y Cádiz) > Iluminada Pérez Frutos
I suoni dei corpi celisti (estreno absoluto)

El concierto inaugural del espacio sinfónico, bajo la dirección del responsable artístico de la formación granadina, Lucas Macías, estrenará la obra encargo de la OCG “Tres Guerreros”, del compositor granadino José López-Montes, en un concierto que se abre y cierra con obras de Brahms, la Canción del destino, con la participación del Coro de la OCG, y su sinfonía número 4.


Algunos apuntes sobre Tres Guerreros
José López-Montes 

Poco antes de recibir el encargo de esta obra para la Orquesta Ciudad de Granada, supe que el pintor José Guerrero había tenido su estudio durante un tiempo en la pequeña torreta que hay junto al acceso al Auditorio Manuel de Falla. Esta maravillosa circunstancia fue el pretexto para un proyecto sinfónico que casara bien con mis propios intereses musicales, conectados con la figura de Francisco Guerrero Marín, del que aprecio especialmente su obra orquestal. Aunque nunca conocí personalmente al compositor linarense, siempre he resonado intensamente con sus planteamientos musicales casi científicos, con su manera de entender la arquitectura sonora como cristales de tiempo, y con su modo de pensar la creación musical como un imperativo de exploración de terrenos de belleza inhóspita. Escuchar su música se parece a admirar una pared de roca: inabarcable en su complejidad y belleza a cualquier escala, pero perfectamente comprensible como un todo. 

Si Francisco Guerrero puede ser el Xenakis ibérico, José Guerrero hace las veces del Rothko granadino. Desde mi punto de vista, la obra de ambos artistas tiene tantos puntos de toque como radicales diferencias. Ambos traslucen una sinceridad aplastante alejada de cualquier complacencia hacia la audiencia, lo que paradójicamente los hace atractivos y desafiantes para quien se acerca a sus producciones. 

Por último, el tercer Guerrero llega de la mera coincidencia en el nombre de estos dos compositores andaluces tan importantes, y sirve de excusa para situar el último vértice de este triángulo, el vinculado con la pureza de la tradición renacentista, que no puede estar más alejada musicalmente de los postulados arquetípicos de la música sinfónica desde mediados del siglo XX. Este último contrapeso es la coartada perfecta para romper con ciertos lugares comunes de la música contemporánea y retomar la consonancia tratando de dotarla de significados nuevos, en antagonismo con el ruidismo y la densidad atonal. 

Desde este punto de partida, Tres Guerreros concita tres planteamientos en permanente dialéctica orquestal: la transparencia melódica y armónica propia de la polifonía pretonal, el lenguaje rizomático, textural, áspero y opaco de la micropolifonía atonal, y los grandes lienzos sonoros monocromáticos de colores aparentemente simples y estáticos. Estos tres polos van a entrelazarse y alternarse en la primacía del tratamiento armónico, formal e instrumental. 

La composición se apoya periódicamente en las campanas tubulares como referencia indisimulada a José Guerrero: al pintor se le permitió usar como estudio un espacio de la torre de la Catedral de Granada a cambio de ejercer tareas de campanero. Los toques de campana llegan como grandes marcas divisorias del tiempo, explicitando las coyunturas en la estructura modular de la pieza. De su espectro se extraen y derivan estructuras armónicas que desarrolla la orquesta. El resto de la percusión sirve a su vez como alter ego del set de campanas, como sombra y reflexión difuminada en el tiempo de la instantaneidad y corporeidad incontestable de cada tañido. 

El trío formado por los dos fagotes y el contrafagot son también un elemento esencial, tratados casi siempre como un único instrumento de tres cabezas que pasa de la hosquedad a la ductilidad melódica en el registro grave. 

La cuerda tiene especial protagonismo. Manejada como un grupo de 35 solistas con partes independientes, es la base de un magma polifónico donde la superposición y el cruzamiento de efímeros grupos camerísticos busca recrear grandes manchas de donde la uniformidad del tinte armónico permita fijar el oído en sonidos residuales que aquí reclaman el protagonismo, tales como el ruido de los ataques o las impurezas de los golpes de arco. 

Campanas, fagotes y cuerda son las piedras angulares de la instrumentación. El resto de la madera y el metal tienen sobre todo labores de expansión tímbrica y dinámica de estas tres paletas sonoras centrales. 

Podría trazarse una línea de conexión con la Suite Homenajes de Falla, que también hace un tributo múltiple. Sin embargo, Tres Guerreros no es en absoluto una sucesión de momentos musicales con referencias individuales, sino una pieza casi monolítica donde las alusiones al lenguaje y a la estética de los homenajeados están en liza todo el tiempo, aunque no desde un ánimo de recreación o juego poliestilístico: la invocación a estos tres gigantes, más que un acto de veneración, ha sido una manera de estimular mi propia imaginación ante la seductora idea de crear una síntesis coherente de tratamientos musicales completamente contrapuestos, en la búsqueda de la fuerza, la simplicidad y la brillantez requerida para abrir una temporada sinfónica que será la de la recuperación de la relación con el público.