La revolución imparable

Wolfgang Amadeus MOZART
Concierto para piano y orquesta núm. 20 en Re menor, K 466
Ludwig van BEETHOVEN
Concierto para piano y orquesta núm. 1 en Do mayor, op. 15
  • Javier Perianes
  • piano y director

La tinta aún estaba fresca cuando los violines comenzaron a tocar el Allegro. Terminó su concierto más famoso el día antes de estrenarlo. Incluso llegó a hacer cambios minutos antes de su comienzo. Pero nadie podía rebatirle una sola idea musical a Wolfgang Amadeus Mozart. En su cabeza, resonaban algunos números de Las bodas de Fígaro, que comenzaría a componer meses después. Su Concierto para piano núm. 20 iba a suponer un antes y un después en su producción. Era el primer concierto en tonalidad menor, lo que durante mucho tiempo hizo a los intelectuales y compositores posteriores dilucidar sobre qué pretendió decir Mozart al necesitar 19 conciertos precedentes para dedicarle al número 20 la esperada tonalidad de Re menor. La utilizaría más tarde en los puntos más álgidos de Don Giovanni o en su eterno Réquiem. Este halo de misterio consiguió que muchos de los románticos adorasen este enigma sonoro frente al resto de conciertos del compositor de Salzburgo. Incluso Beethoven llegó a componer, en la soledad de su estudio vienés, infinidad de cadencias finales a un concierto que posiblemente sea el más «beethoveniano» de Mozart. A diferencia de Mozart, Beethoven siempre dejó que los motivos musicales echaran raíces dentro de su subconsciente. Cada melodía, cada sutil contrapunto, estaba pensado con detenimiento. No había nada espontáneo, no existía nota lanzada al azar. Tardó poco más de un año en componer su Concierto para piano y orquesta núm. 1, y en él ya aprovechó para marcar una línea de pensamiento que reinaría años después en lo que habitualmente llamamos romanticismo. Motivos musicales por doquier, canciones escondidas entre los sucesivos estratos del fragor orquestal, cambios de forma, de secuencia. Beethoven miraba con admiración a Haydn y a Mozart pero sabía que este era su momento, que debía opinar con voz propia sin escatimar algún que otro homenaje a sus predecesores. Se miró en el espejo de la Historia y vio el reflejo de Mozart. Le sonrió. Ambos sabían que habían hecho historia con mayúsculas. El genio de Mozart permanecería latente en el espíritu del futuro. La revolución de Beethoven ya era imparable.



Texto: Nacho Castellanos Foto: Igor Studio